Pasión innata
Podría decir que todo empezó cuando escuchaba los cuentos que mi padre me contaba antes de dormir. Tanto mi hermana mayor como yo esperábamos con ilusión que llegara ese momento. Pero cada una quería oír una historia diferente y, cada noche debíamos llegar a un acuerdo. Me alegra enormemente que, además de los cuentos de Disney, mi hermana y mis padres me dieran a conocer libros como El viaje de Teo o El diablo de los números, por ejemplo.
A los cuatro años ya sabía leer. Le tengo mucho cariño al libro que me enseñó: El País de las letras. Comencé preguntando: «mamá, ¿la g con la a cómo habla?». La seño se sorprendió al ver que yo ya había aprendido lo que ella pretendía enseñarme. A partir de entonces, siempre leía más de lo que me mandaban en clase. Primero, Los libros de lectura de don y doña. Después me bebí la colección de Kika Superbruja y, a continuación, Cuatro amigos y medio. Pero fue en la adolescencia cuando realmente me enganché a la lectura.
Con siete años, no entendía que mi hermana prefiriese encerrarse en su cuarto a leer Harry Potter en vez de jugar conmigo a las Barbies. La comprendí después, cuando los libros de literatura romántica llegaron a mis manos. Fueron esos los que me convirtieron en la lectora compulsiva que soy actualmente. Con ellos descubrí que no hace falta dormir para soñar, ni jugar para divertirse, ni levantarse del sofá para viajar. Ese descubrimiento me invitó a leer todo aquello con lo que me topara, fuera del género que fuera. Y ahora, desde hace ya tiempo soy, según mi madre, la lectora oficial de la familia.
Escritura e idiomas
Desde muy pequeña demostré también mucho interés en la escritura y los idiomas. Yo no compraba regalos de Navidad para mi familia, yo les escribía dedicatorias que les emocionaban hasta las lágrimas.
En el cole, cada lección del libro de inglés comenzaba con un texto para hacer una comprensión lectora. Más allá de responder a las preguntas, yo lo que quería era traducir el texto. Y así lo hacía. Escribía la traducción en mi cuaderno sin que nadie me lo pidiera. Recuerdo lo contenta que me puse al descubrir que «de hecho», esa expresión que tanto había escuchado y usado en mi lengua, en inglés se dice «in fact». Tuve la sensación de estar aprendiendo vocabulario útil de verdad, aunque todavía me quedaba mucho por delante.
A los 15 años pasé de considerar Inglés y Lengua mis asignaturas preferidas a saber que quería ser traductora. Pero la orientadora del instituto me aconsejó que, como yo era la mejor estudiante de mi curso, hiciera bachillerato de ciencias. Según ella, la rama de humanidades la hacían los que no tenían interés en estudiar y su influencia podía fastidiar mi trayectoria. Así, al curso siguiente, en 4º de ESO, me metí en ciencias. No me arrepiento de haber consolidado la base de mis conocimientos científicos. Pero yo tenía claro que quería ser traductora y lucharía por conseguirlo. Quería transmitir al mundo mi amor por las letras. Me llenaba de ilusión pensar en dedicarme a traducir las grandes obras de literatura para darlas a conocer a las diferentes culturas. Así pues, hice bachillerato de humanidades y, con media de sobresaliente, aposté por la carrera de traducción en selectividad.
Grado en Traducción e Interpretación
Comencé el grado fascinada y lo terminé pletórica. En él, descubrí que la labor de traductores e intérpretes es realmente determinante en todos los aspectos de nuestra vida. Aun así, yo seguía con la espinita de trabajar en la traducción literaria. Por ello, me decidí a colaborar en una editorial. Pero ya había comprobado que me gusta traducir en todos los ámbitos. Me enorgullece ser mediadora entre culturas. Ser quien ayuda a los demás a entenderse en cualquier contexto me llena de alegría. Y poder hacerlo sirviéndome de mi pasión por la lectura, la escritura y los idiomas es para mí un sueño. Una labor increíblemente satisfactoria.